Eduardo Mendoza
Mendoza escribe muy bien, y tiene demás un agudo e ingenioso
sentido del humor, muy inglés e inteligente. Pero creo que este libro, primero
de una trilogía contemporánea, resulta fallido. Me resisto a aceptar que llamar
a un personaje Príncipe Tukuulo sea muy divertido.
Lo más salvable de la novela son distintas opiniones sobre
cuestiones diversas que los personajes van emitiendo. Pero el personaje
central, posible trasunto del autor, carece de interés. Este hombrecito,
licenciado en lenguas, trabaja en lo que cae, pero no le gusta su trabajo, no
tiene el menor interés en lo que hace. No guarda buen recuerdo de sus padres, pero
les perdona la vida. No cree en Dios ni en Buda, pero también les perdona la
vida. No tiene el menor interés por su país- España- ni por su ciudad natal
-Barcelona-.Tampoco le interesa Europa, ni otro lugar alguno, aunque vive en
Nueva York. No sigue la política, tampoco la amistad- conserva unos pocos
amigos-, ni el amor- tiene un par de ligues-, ni fundar una familia, ni ningún compromiso con
nada. Díganme ustedes qué novela se puede hacer con un protagonista así. Como
nada le interesa, se limita a flotar, y a emitir opiniones críticas
supuestamente graciosas sobre todo lo que no le interesa. Dice que nos va a
contar la historia de la segunda mitad del siglo XX. Pues vale.Ya sabíamos que
Mendoza era bastante escéptico, pero al menos en "La verdad sobre el caso
Savolta" nos contó algo interesante de manera novedosa, y en "Sin
noticias de Gurb" nos hizo reír. Aquí…nada.
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