martes, 3 de mayo de 2011

LARRA: DE LA IRONÍA AL SARCASMO


 Mi interés por Larra viene de antiguo,  de lecturas juveniles, de muchas clases dadas en Bachillerato (el antiguo y el moderno), y especialmente del encargo que la Editorial Magisterio- Casals me hizo de preparar para su Biblioteca de Aula una edición prologada , anotada y seguida de propuestas didácticas de los Artículos de Larra. El éxito del texto- con bastantes reediciones hasta el momento-, es un indicio de la perenne vigencia del primer periodista español.


Primero en cuanto al tiempo, y primero en la calidad. Larra  sigue siendo- y lo será por mucho tiempo- uno de los escritores más vivos y actuales de nuestro pasado. Dice Juan Goytisolo que la fuerza de los escritos de Larra se debe al penetrante diagnóstico de los males de España y de sus remedios posibles. Otro estudioso, G. Fabra afirma que muchas de sus ideas sobre la sociedad y la política, sobre la historia y el arte, fueron anticipadoras, agudas y penetrantes.

Comprendemos mejor esta modernidad de Larra si lo comparamos con otros escritores contemporáneos suyos, como Mesonero Romanos y Estébanez Calderón, que fueron plañideros divertidos de las cosas que se iban o estaban amenazadas de extinción. Lo que en ellos es cuadro pintoresco comprensivo y benevolente, es en Larra aguda crítica, chispazo irónico y mordaz, apasionado deseo de modernización , progreso, libertad y democracia para España, las Batuecas de sus pesadillas. Escribir de las costumbres es para Larra un modo de contribuir al cambio de una sociedad que no le gusta. Su punto de vista, netamente europeo, es el que ha prevalecido.


 El progresivo y dramático descenso del nivel de nuestras enseñanzas secundarias, hace que cada vez sea más difícil el acceso de nuestros alumnos adolescentes a la lectura de los artículos de Larra. Dejando aparte los artículos políticos, más difíciles por ceñidos a la circunstancia concreta, tampoco los artículos de costumbres les resultan de fácil acceso. Podría gustarles mucho su tono apasionado y juvenil, sin duda. Pero…su lenguaje culto, su ironía inteligente, su frase compleja, el uso continuo de la interrogación retórica, de la metáfora humorística, de la alusión culta, de la apelación a consensos éticos, hacen a Larra difícil para jóvenes primarios y carentes  de herramientas intelectuales y morales.



Larra es, a mi juicio, el mejor prosista español del XIX. Su estilo es absolutamente moderno, sin dejar de ser clásico, enraizado en la mejor tradición literaria española. Larra se ha formado en el neoclasicismo, y tiene el absoluto afán ilustrado de la claridad. A la vez, vive la época romántica, y su estilo refleja su apasionado deseo de llegar a la sensibilidad y a la imaginación del lector. No es un ensayista dieciochesco al estilo de Jovellanos, sino un polemista moderno, que utiliza la narración como argumento ilustrativo. Recuerden si no  la estructura de sus artículos más conocidos como Vuelva usted mañana o El Castellano viejo, con sus cuadros  vivísimos de las ventanillas cerradas o la comida espantosa.
Larra, como todos saben, utiliza de manera magistral la eironeia, la ironía. Su maestro es sin duda Cervantes, maestro en la sutileza de querer decir exactamente lo contrario de lo que se dice; pero en Larra hay más desgarro, la ironía es más continua y fuerte, menos  benevolente ,con tendencia a la mueca sarcástica.
Por dejar ya este tema del estilo, añadiría alguna otra influencia, segura por mi parte de que- como decía mi maestro Dámaso Alonso- descubrir las fuentes de un buen escritor es a veces el medio más seguro para comprobar su originalidad. Se trata sin duda de Quevedo, otro gran satírico, que proporciona al periodista la estructura caótica y grotesca del Sueño, como por ejemplo sucede en Cuasi (pesadilla política) o El mundo todo es máscaras. No olvidemos tampoco la influencia del Padre Isla  de Velez de Guevara  (El diablo cojuelo)y de Cadalso con sus Cartas marruecas.

Larra tenía un carácter desigual y violento. Sentía por los hombres en general recelo y desconfianza. Era orgulloso y enamoradizo, con un tinte de tristeza y amargura que se notaba hasta en su conversación particular. (Cortés)
Su tendencia al malhumor es constante. Él mismo lo reconocerá en diversos momentos. Veamos uno de ellos extraído de La educación de entonces: …He aquí las ideas que revolvía en mi cabeza uno  de estos días en que el malhumor que habitualmente me domina, me daba todo el aspecto de un filósofo. Esto crecerá con el tiempo. Leamos lo que dice en La nochebuena de 1836:… ¿Qué es esto? ¿Va a expirar el 24 y no me ha ocurrido en él más que mi mal humor de todos los días?...
Larra tiene una gran facilidad para ver las cosas desde su lado ridículo; tiende al pesimismo y la melancolía, y carece de benevolencia. Desea tratar todas las cuestiones de un modo racional, revelando una  inteligencia con gran poder de generalización y se síntesis.
Hombre idealista, tenía un alto concepto de sí mismo. Podríamos calificarle de escéptico entusiasta, en tanto que en él su voluntarioso optimismo luchaba con el pesimismo de la razón. Finalmente, terminó perdiendo esta batalla.

 Pero vayamos ya a intentar describir el proceso espiritual que Larra manifiesta en sus escritos. Como dice José Luis Varela “El artículo de costumbres se convierte primero en sátira de costumbres políticas, y luego en sátira elegiaca, en crónica de una sañuda y masoquista autodestrucción literaria y personal.

INICIOS

Larra vivió, como sabemos, muy deprisa. A los 18 años se independiza de la tutela paterna, y a los 19 crea su primera Revista El duende satírico del día, que escribe y edita él sólo. Le dejaron sacar 5 números antes de secuestrárselo. Después creará otra Revista El pobrecito hablador, que lleva este subtítulo Revista satírica de costumbres, por el Bachiller Juan Pérez de Murguía, que saldrá desde Agosto del 32 hasta Febrero del 33. En estas dos Revistas publicará Larra algunos de sus artículos más conocidos, como El café, El casarse pronto y mal, Empeños y desempeños, El mundo todo es máscaras, Yo quiero ser cómico, Ya soy redactor…


En esta primera etapa encontramos a un joven culto, algo pedante, lleno de afanes reformadores, convencido de tener razón y deseoso de convencer al lector. Veamos algunos textos:
En su artículo juvenil “Correspondencia del duende”, insiste en criticar la escasa limpieza y mal servicio de la mayor parte de las fondas y casas de comidas de Madrid. El público no sale mejor parado:…y se ven las mesas cubiertas de palurdos, que se toman su café como unas personas…
Ataca ferozmente las corridas de toros que si bien antes eran una prueba del valor español, ahora sólo lo son de la barbarie y ferocidad.
Se pregunta quiénes son sus lectores, para quién escribe. Concluye que el público es caprichoso, ama con idolatría, olvida con facilidad, y la posteridad suele revocar sus juicios.
Concluye que vive entre gentes incultas. Se pregunta ¿No se lee en este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee? Analizada concienzudamente la cuestión resuelve irónicamente: Aquí no se lee ni se escribe, país de las Batuecas en el que tuvimos la dicha de nacer, donde tenemos la gloria de vivir y en el cual tendremos la paciencia de morir

TEMAS
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Escribe sobre temas diversos : la pereza y mediocridad de la vida española; la vulgaridad de las costumbres; la educación hipócrita ; la falta de una educación sentimental que lleva a matrimonios precipitados ;la tendencia a hablar de todo sin saber de nada; la carencia de diversiones refinadas ; la búsqueda de dinero fácil para gastos suntuarios ; la inexistencia de buenos actores, y en general, de buenos profesionales; y, en suma el monótono y sepulcral silencio de nuestra existencia española. Como nos dirá en El pobrecito hablador: Reírnos de las ridiculeces: ésta es nuestra divisa; ser leídos, éste es nuestro objeto; decir la verdad: éste es nuestro medio.

Es en esta primera etapa cuando desarrolla una verdadera batalla contra la censura y a favor de la libertad de imprenta. Léase Ya soy redactor, La alabanza o que me prohíban éste y tantas alusiones más, como esta divertidísima incluida en su crítica a una representación de La Numancia de Cervantes. Dice así nuestro  Fígaro: He aquí una de las cosas exceptuadas en el reglamento para la censura de periódicos, y de que se puede hablar (si se quiere, por supuesto). Ni un solo artículo en que se prohíba hablar de la Numancia. No se puede hablar de otras cosas, es verdad; pero todo no se ha de hablar en un día .Y añade: mucho nos gusta a los españoles la libertad, en las comedias, sobre todo.

SEGUNDA ETAPA

El tono burlesco y festivo que hasta el año 33 ha empleado Larra, va a convertirse en poco tiempo en sátira política cada vez más fuerte y exasperada.
Veamos cómo resume, con amargo humor, el propio Larra los acontecimientos políticos con los que se entreteje su vida en “Ventajas de las cosas a medio hacer”, publicado en “La Revista española el 16 de Mayo de 1834:
El año 8, según decía su Gobierno, (España) no podía ser feliz sino bajo la ilustrada dominación del dispensador supremo de la dicha de los pueblos (se refiere a Napoleón Bonaparte).Poco después, toda su bienandanza debía consistir en manejarse por sí sola, rechazando la citada ilustrada dominación. El año 14 era indudable que sólo su legítimo Rey y su legítima libertad la podían conducir a la dicha estable y duradera. A mitades del mismo año pendía su salvación de su legítimo Rey, pero sin auxilio ya de la tal libertad, ni maldita la ayuda de vecino. Hecha ya la casa, abajo los andamios... (Es decir, la restauración de Fernando VII se hizo bajo la Constitución de Cádiz, pero al poco tiempo es Rey hizo caso omiso de la Constitución liberal).
Hasta el año 19 inclusive, el orden y la paz, la gloria y la ventura sólo podían apoyarse en la Santa Inquisición(Restaurada por Fernando VII).El año 20 ya se averiguó que aquella dicha de que había gozado por tan santo medio no era la verdadera; la verdadera era la que iba a tener, fundada en la igualdad y en la libertad; entonces se supo a ciencia cierta que iba a ser venturosa.(En 1820 el levantamiento de Riego obligó a Fernando VII a aceptar la Constitución del 12, y se da inicio al llamado trienio liberal).
El año 23, sin embargo, se vio felizmente restituida a la felicidad verdadera; entonces sólo podía esperarla de aquellos mismos franceses, los únicos que el año 8 podían hacerla feliz, y que el año 9 sólo podían hacerla desgraciada. (Se refiere a los cien mil hijos de San Luis  que a las órdenes del Duque de Angulema, y bajo los auspicios de la Santa Alianza, restauran el absolutismo real.)
En aquel año 23 recibió, pues, su verdadera dicha del absolutismo, único gobierno capaz de llevar a un pueblo a su esplendor con mano fuerte; entonces abrió los ojos por cuarta vez y vio palpablemente cómo había de ser feliz. Y por fin, el año 34, abre los ojos por quinta vez, y se convence de una manera irrecusable, como siempre, de que su felicidad sólo puede depender de la representación nacional, y de que un gobierno absoluto no es la piedra filosofal. (Tras la muerte del rey en 1833, comienza la Regencia de María Cristina, tutora de Isabel, intentando de nuevo el modelo constitucional y nombrando en  el 34 al liberal Martínez de la Rosa como Presidente del Gobierno).
Escarmentada como siempre de sus pasados errores, ya no volverá a caer en el lazo que la tienden los malévolos y los ilusos(…); en el año 34 se convence definitivamente de que la verdadera felicidad es la de ahora; todas las demás han sido felicidades de poco momento. Confesemos que esta su convicción de ahora es la más fuerte, aunque no sea más que por haber estado ya otras veces convencida de lo mismo.

LA POLÍTICA

Larra escribe siempre pegado a su tiempo, y pronto comprende que la crítica social y de  costumbres le lleva a la política, porque es evidente que muchas de las situaciones criticables se originan o se toleran por las acciones y omisiones de los políticos. Al principio se declara políticamente neutral, sólo comprometido con su patriotismo crítico; pero él es un liberal radical, y en el triunfo del partido liberal ve  el triunfo de sus ideas, aunque pronto se siente decepcionado.
Larra entiende la política en su sentido más noble y ético; quiere contribuir con su pluma a la modernización de las costumbres, a la elevación de la cultura, al refinamiento de los gustos, a la introducción del progreso. “Su principal preocupación –dice Fabra- es despertar en sus compatriotas un entusiasmo renovador, un vigor inédito, que permita situar a España en la línea de un verdadero progreso político- social. La literatura es un medio para conseguir ese fin”.

Larra vivió con intensidad la utopía ilustrada, aunque siempre moderada por un sano escepticismo. Al principio, tuvo fe en el hombre; quiere para todos una sociedad nueva, igualitaria y avanzada. El cambio ha de lograrse sin coacción ni violencia, por convicción, sin más arma que la palabra, sin más razón que la evidencia. Aspira a una revolución de mentalidades, de cultura, de gustos, de actitudes cívicas y políticas. Una verdadera revolución, a la que Larra aportó toda la energía de su fe y la vehemencia de su palabra escrita. En todo momento su agudo espíritu crítico le hace ver la precariedad de toda reforma política que no esté apoyada y precedida de una transformación de las mentalidades.

LA SOCIEDAD ESPAÑOLA

Larra se preocupa por la educación y por la falta de cohesión entre las clases sociales, en especial por la inacción de un pueblo adormilado en costumbres brutales. El pueblo español  no sabe que su futuro está en sus propias manos. Malvive en la miseria, en la incultura y en la injusticia, y no se rebela. El pueblo no ve, el pueblo no sabe ver; el pueblo no comprende, el pueblo no sabe comprender…lamentará Larra. Exasperado , zarandea a quienes no leen sus artículos: Hombre del pueblo, la igualdad ante la ley existirá cuando tú y tus semejantes la conquistéis, cuando (haya) una verdadera sociedad y entre en su composición el elemento popular. Porque España tiene cabeza rectora, brazo eclesiástico, espada militar, pero no tiene cuerpo.
Larra nos cuenta lo que ve: una clase política corrupta y carente de altas miras; una aristocracia orgullosa, sin sentido social, que languidece en su ociosidad sobre su riqueza territorial heredada, o escala altos puestos en la administración; un clero en muchos casos anclado en privilegios pasados, simpatizante de los facciosos carlistas, ese monstruo que en el norte nos devora.; una burguesía poco refinada, ignorante, ansiosa de subir, de tener y de lucir; y una masa popular carente de horizontes y de conciencia solidaria. En estos años, Larra hablará en sus artículos de la pena de muerte, del duelo, del excesivo militarismo, de la falta de libertad. Con su genio de escritor supo resumirlo todo en una sola palabra :cuasi. Vivimos en el mundo del casi. La gran palabra, la nuestra, la de nuestra época, que lo coge y lo atruena todo .En ella se cifra nuestro siglo de medias tintas, de medianías, de cosas a medio hacer.

Al carlismo dedicará algunos de sus más virulentos artículos, como Nadie pase sin hablar al portero y La planta nueva o el faccioso.
En este último describe a los facciosos carlistas como una planta de extrañas características: El faccioso participa de las propiedades de muchas plantas; huye, por ejemplo, como la sensitiva, al irle a echar mano; se cierra y esconde como la capuchina a la luz del sol, y se desparrama de noche; carcome y destruye como la ingrata hiedra el árbol a que se arrima; gústanle sobre todo las tapias de los conventos y se mantiene (como parásita) de lo que coge a los demás…

VIAJE A PARÍS

Llegamos así a la primavera de 1835, en la que Larra emprende un periplo que, pasando por Lisboa y Londres, le conduce a París. Por las cartas del escritor a sus padres conocemos muchos detalles de este viaje, en el que contactó con escritores y políticos y realizó algunos trabajos en francés. En París se entera del nombramiento de su correligionario Álvarez Mendizábal como Presidente del Gobierno, y escribe algunos artículos llenos de esperanza. Vuelve a Madrid, y escribe sin parar. El tono de sus artículos se hace más y más exaltado: insiste en la necesidad de una verdadera revolución, y no excluye la posibilidad de que sea bañada en sangre. Alaba la desamortización, e incluso llega a justificar los asesinatos cometidos en algaradas populares.  Asesinatos por asesinatos, ya que los ha de haber, estoy por los del pueblo. (Dios nos asista).

A pesar de sus constantes invocaciones a su independencia, Larra se va a comprometer con el moderado Istúriz, y se presenta como candidato por Ávila a las elecciones a Cortes revisoras del Estatuto Real. Quiere implicarse activamente en la realización de sus ideas políticas, e influir en la nueva sociedad que vislumbra. Él mismo lo había escrito en uno de sus escasos momentos de optimismo: En conclusión, hombres nuevos para cosas nuevas; en tiempos turbulentos hombres fuertes sobre todo, en quienes no esté cansada la vida, en quienes haya ilusiones todavía, hombres que se paguen de gloria y en quien arda una noble ambición y arrojo constante contra el peligro. (Dios nos asista).

DESOLACIÓN

El 6 de Agosto consigue su acta de diputado, pero seis días después, en La Granja de San Ildefonso, la Reina Gobernadora es obligada por un motín de sargentos, comprados por el propio Mendizábal y las logias a anular las elecciones y a convocar otras nuevas.
Con este fracaso, que trae consigo inseguridad personal y frustración de sus esperanzas, comienza una etapa de desmoralización total para Larra; su humor se vuelve aún más agrio, su crítica ya no respeta nada, ni a sí mismo; se está asomando al vacío de la existencia, y su sátira política se convierte en un monólogo desolado. Su suicidio material fue preparado por un suicidio moral. La sátira había sido para el escritor español un arma de dos filos que lo hirió mortalmente. (De Mazade).
Larra se siente cada vez más fatigado y desencantado. En cada artículo entierro una esperanza o una ilusión. Día a día crece también su sensación de impotencia: Escribir como escribimos en Madrid es tomar una apuntación, es escribir en un libro de memorias, es realizar un monólogo desesperante y triste para uno solo. Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta. (Horas de invierno).

Larra siempre ha sido independiente y solitario. Su lucha en solitario se le revela de repente como completamente inútil. Está solo; todos temen su mordaz ironía; él ha abandonado a su mujer, y su amante, Dolores Armijo, lo ha abandonado a él. Su incursión en la vida política ha sido un fracaso. No es extraño que crezca su melancolía. Ha perdido la fe en lo único que tenía: la fe en la palabra, en la eficacia de la palabra escrita, en su labor de periodista crítico. Y como dice Varela, la decepción de un escritor ante la palabra equivale a su defunción  profesional.
Su artículo Día de difuntos de 1836 manifiesta la total desesperanza de un liberal español que ve arruinadas las Instituciones, Monumentos y Símbolos de su Patria, en los que un día vio la esperanza de la regeneración. La ciudad es un cementerio. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza! ¡Silencio; silencio!

En La Nochebuena de 1836  Larra se ve a sí mismo cruel y egoísta, sin amor ni amigos, profundamente infeliz. A la mañana, amo y criado yacían, aquél en el lecho, éste en el suelo. El primero tenía todavía abiertos los ojos y los clavaba con delirio y con delicia en una caja amarilla donde se leía `mañana´. Tremenda premonición. El 13 de Febrero  de 1837 pone fin a su vida tan corta, tan intensa, tan apasionada, tan triste.

Todas las vidas son ejemplares, en el sentido de que pueden hacernos reflexionar acerca del arte de vivir. Yo saco muchas conclusiones  de la vida y obra de Larra, aparte del gran placer que proporciona su  lectura. Veamos: casi todas las ambiciones que Larra tenía para España se han cumplido; vivimos en democracia, hay libertad de expresión, hay una educación universal, una apertura a Europa y al mundo, un cierto refinamiento de la sensibilidad, de las costumbres; es verdad que en el norte sigue habiendo un monstruo que nos devora, y que en las cuestiones morales como la honradez de los funcionarios y su eficacia cada generación ha de hacer su propia pelea. Pero, en conjunto, podemos decir que las ideas que Larra sembró han triunfado ampliamente.
Es preciso comprender que la siembra de las ideas es una tarea penosa, que exige amplios espacios de tiempo, porque las ideas arraigan lentamente.
A Larra lo perdió la impaciencia.
Aprendamos de él, especialmente nosotros, profesores, sembradores cotidianos de ideas, tentados frecuentemente por la sensación de que nuestra siembra es inútil.
Es una falsa impresión. Las ideas germinan y dan fruto a su tiempo. Quizá en un tiempo no cercano, cuando nos hayamos olvidado de que fuimos nosotros quienes las sembramos.
Quizá esta sea una sutil manera de ayudarnos a ser personas desprendidas y de amplias miras.
Quizá.

1 comentario:

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