lunes, 6 de junio de 2011

RETORNO A BRIDESHEAD

Desde sus comienzos el cine ha buscado adaptar novelas más o menos famosas, con suerte des­igual. Es frecuente oír el juicio de que “la novela era mejor”. La realidad es que son lenguajes distintos que con frecuencia resultan complementarios: el cine concreta en imágenes lo que las palabras nos obligan a imaginar con esfuerzo e imprecisión. Por el contrario, el cine obvia muchas realidades invisibles. El trabajo del guionista adaptador es sumamente delicado: por una parte, se debe a quien le paga, el pro­ductor de la película; por otra, siente la exigencia de ser fiel al texto sobre el que trabaja. Él sabe que una cosa es mantener el as­pecto externo de una novela, y otra mantener el espíri­tu, el tono y la intención con que fue escrita
Para algunos que tenemos la posibilidad de re­cordar como adultos los años 80 del siglo pasado, ha sido una decepción ver la moderna versión cinemato­gráfica de la famosa novela de Evelyn Waugh “Retorno a Brideshead”, por más que esté protagonizada por la gran Emma Thompson. En nuestro recuerdo, aparte de la excelente novela, estaba también la inol­vidable versión para la televisión que hizo Gra­nada films en 11 capítu­los, con Jeremy Irons y Anthony Andrews como actores principales, sin olvidar a Claire Bloom y Laurence Olivier.
La versión actual, con sus 2 horas, no puede competir con el ritmo se­reno de la serie televisiva, aunque sí intente imitarla en su belleza visual. Pero, en especial, me parece a mí que pierde lo que se consi­dera habitualmente la esencia de la obra: su reflexión religiosa y moral.
Converso al catolicismo a los 27 años, Waugh nos resume en el prólogo cual considera que sea el tema de “Retorno a Brideshead”: "El tema es la influencia de la gracia divina en un grupo de personajes muy diferentes entre sí, aunque estrechamente relacionados.” Es preciso reconocer, sin em­bargo que este sutil componente de la novela no aparece en primer término, y cuesta trabajo captarlo en plenitud. Fácilmente se podría prescindir de él, como ha hecho la película, limitándose a contar una historia familiar  en un paisaje hermoso. Sin embargo, se traiciona así el verdadero sentido de la novela, por otra parte nada ejemplar y llena de dolor por lo perdido.
La familia Flyte-Marchmain posee, además de su mansión londinense, la maravillosa casa campestre de Brideshead. El joven protagonista, Charles Ryder, cono­ce a Sebastián Flyte en Oxford donde ambos estudian, y  entabla con él una ín­tima amistad masculina, dominada por la sofisticada y atormentada personalidad del joven aristócrata. En una sociedad anglicana, los Flyte-Marchmain pertenecen a una de las 8 ó 10 familias aristocráticas católicas. Esto los hace distintos de sus iguales. Sebastian, abrumado por la presión familiar, bebe alcohol sin medida, ante la consternación general. Julia, su hermana, permanece en una actitud ambigua, de rebeldía más aparente que real. Los otros dos hermanos permanecen fieles a sus orígenes, aunque de forma poco creativa. Lord March­main también abandona a su familia, aunque regresa para morir.
Hay que reconocer que todo ello es suficiente­mente interesante como para olvidar que hay un fino  hilo  que guía las vidas de los personajes y los dirige de forma misteriosa.
¿Cuál es ese hilo sutil? Como el sedal a un pez, lleva la gracia divina a los hombres y mujeres que alguna vez creyeron en Dios: aunque crean alejarse a su arbitrio y vagar por el mundo y la vida, basta un suave tirón del sedal para que vuelvan a su fe inicial y dirijan su vida conforme a sus exigencias.
Estas  realidades que aparecen en la novela y en la versión televisiva del 1981 desaparecen en la pe­lícula actual. Podríamos decir que “manca finezza” para expresar este sutil juego del espíritu y la cultura. Para ello necesita forzar la mano y crear un mundo maniqueo de verdu­gos y víctimas. El verdugo es, por supuesto, Lady Marchmain reconvertida en una Bernarda Alba elegante e igualmen­te fanática. Las víc­timas son todos los demás, tanto los que se someten como los que se rebelan.
Des­aparecen así todos los sutiles matices que la novela pre­senta ante el hecho religioso, desvirtuando así su sentido original. El resul­tado se vuelve ininteligible, porque no conocemos las claves de los personajes. No hay más que desorientación e instintos. No hay orden en el caos. La luz de la capilla-símbolo de cuanto es eterno- se convierte en una torpe vela sin significado posible.
 Algunos dirán que en nuestros días pocos entien­den estos planteamientos. Y yo digo que, si se omiten, cada vez se entenderán menos y haremos un flaco favor a la cultura contemporánea. No se puede estar siempre sujeto a lo políticamente correcto, y menos someter a quie­nes obraron de acuerdo con mentalidades más abiertas y menos reduccionistas. En mi opinión, omitir de las pre­guntas acerca del sentido de la vida, y acallar las dudas acerca del bien y la verdad, puede parecer una ganancia, pero es una profunda pérdida que lleva a la desorientación y al fracaso personal.
Brideshead es un símbolo, con su belleza y gran­diosidad, de una manera de ser y de concebir la vida. El estallido de la 2ª guerra mundial  se lleva consigo lo que quedaba del antiguo orden inglés, su poderío y superioridad, sus colo­nias productoras y su progreso técnico. Ryder, oficial del ejército en plena guerra, recibe la orden de acampar con sus tropas en el jardín de Brideshead. El gran palacio, usa­do como cuartel, guarda aún su exterior grandeza, pero está desolado. Han pasado veinte años. En los pisos altos viven aún algunos viejos criados y un sacerdote anciano. Sólo permanece intacta la hermosísima capilla, en la que sigue encendida una luz. El agnóstico Ryder recuerda su íntima relación con la familia, y el par­ticular destino de cada uno de ellos. Su amistad con Sebas­tian y su final dra­mático pero en paz; su amor con Julia y su insólita ruptura; la muerte de lord Mar­chmain , la vida ge­nerosa de Cordelia…Ryder saluda la pre­sencia que se oculta tras la pequeña lámpara que indica lo permanente.
Él ya no tiene ilusiones, pero ha sido testigo privi­legiado de los sutiles tirones del sedal sobre cada uno de sus amigos.
Waugh,E.”Retorno a Brideshead”Ed Tusquets

1 comentario:

  1. Bastante de acuerdo. Es curioso como, después de pasar muy por encima del tema y de mostrarnos a un Charles "fervorosamente" agnóstico, incluso en ese anticlímax que es la conversión y muerte de Lord Marchmain, parece reconocer de alguna manera, que la llama existe y es imposible extinguirla. Es decir, que sí parece haber una cierta conversión de Charles. Sin embargo, sin el "aprendizaje" del soliloquio de Julia, de sus conversaciones con ella y con Cordelia -que es un personaje fundamental, y que en la película no existe- de la muerte de Lord Marchmain, sin todo eso, es imposible que Charles Ryder pueda "entender" por qué Julia debe seguir sin él y menos aún es creíble ningún tipo de conversión, de reconocimiento de La Llama. Gracias por tu comentario. En Twitter -por sí lo tienes- soy eduardosa26

    ResponderEliminar