jueves, 11 de julio de 2013

“El tío Vania” de Antón Chéjov


 

 
Hace varios años leí El tío Vania, y me conmovió. Pero no entendí plenamente su significado hasta ver la película August, de Anthony Hopkins, basada en ella, aunque trasladada de Rusia a un país anglosajón. Su fondo es muy rico: por una parte está la vida empleada en alguien que no lo merece ni lo agradece.

El tío Vania dedicó todo su esfuerzo -junto con su sobrina Sonia- para sacar fruto a la finca de su hermana fallecida, madre de Sonia, y esposa del viejo profesor Serebriakov, un supuesto genio del Arte.

 

Las rentas del campo eran enviadas cuidadosamente al profesor, quedándose ellos con lo imprescindible. Al oír la propuesta del profesor de vender la casa e invertir el precio, sin pensar para nada en ellos, Vania sufre un ataque de furor y siente la indignación más absoluta por haber dedicado tanto esfuerzo a alguien tan egoísta.


Por otra parte está el tema de la belleza. El profesor se ha casado en segundas nupcias con una bella y joven mujer, Elena. Ella es fría y desgraciada, sólo la música consuela su vida al lado del viejo profesor. Sonia, su hijastra, es fea por fuera y bella y generosa por dentro. Arrastra el secreto de su amor por el solterón doctor Astrov, que ese verano aparece continuamente por la casa... atraído por la belleza de Elena.

 También el tío Vania se vuelve loco por Elena. En realidad, poco sucede, pero todos arden por dentro: el profesor, con sus dolores de huesos; Elena, con su soledad; Sonia, con su amor no correspondido; Astrov y Vania con su fiebre erótica; solo la vieja criada mantiene el corazón puro.
En resumen, una obra intensísima, como un verano ardiente, maravillosamente escrita y con una exquisita sensibilidad para entender el alma humana.

 

 

 

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