sábado, 23 de abril de 2011

ANA KARENINA Y LOS DERECHOS DEL CORAZÓN

Los seres humanos tenemos una vocación al amor. Pero la palabra amor se ha degradado y sentimentalizado. Y esto tiene un precio.

La cultura de nuestro tiempo, masiva, barata  y sentimental, ha reivindicado   los derechos del corazón, entendidos como el único camino a la felicidad individual, y como fundamento inestable de las relaciones interpersonales.

Esto se expresa el predominio de lo sentimental en la vida amorosa. Y como el amor vertebra ontológicamente nuestras vidas, estas se tambalean al apoyarse en un elemento tan variable  como es el sentimiento de estar enamorado.

Me han venido a la cabeza estas consideraciones, al releer un clásico de la Literatura Universal: Ana Karenina de León Tolstoi.
Todos sabemos que forma parte de una tríada de novelas extraordinarias de tema similar, junto con  Madame Bovary, de Gustav Flaubert, y La Regenta de Leopoldo Alas. Las tres nos presentan un mismo tipo femenino:

Una mujer joven y bella; vidas regidas por criterios morales estrictos para las mujeres, y más flexibles para los hombres. Matrimonios de conveniencia, con diferencias de edad y de intereses; vidas dominadas por convencionalismos y murmuraciones.

  Mujeres que se enamoran- o creen enamorarse – de un hombre joven y apasionado, que dice amarlas con locura. La pasión amorosa les acarrea la más profunda desgracia. Emma y Ana se suicidan finalmente. Nuestra Ana Ozores   es rechazada por todos. Ana Karenina  aporta un elemento nuevo al drama: la maternidad.
    Quisiera fijarme en la maestría con la que Tolstoi-ese gran conocedor del alma humana-, nos muestra el precio que la joven madre Ana Karenina debe pagar por obtener los derechos de su corazón.

   Es una  fiesta en una hermosa noche. Ana está más bella que nunca; el conde  Wronsky pone en ejercicio todas sus dotes de seducción: con voz apasionada susurra a Ana: Ni aun con el pensamiento puedo separarme de usted: no somos más que la misma persona. Ana se deja seducir.

Pocas páginas después nos narra la fatal y desgarradora entrega a su amante,  Es el triunfo de los derechos de la pasión, cuya puerta abrió el traidor  corazón.
.Que gran momento para un escritor mediocre! ¡Al fin se realizarán los sueños de Ana, comenzará para ella una felicidad sin fin! Ana y su amante defenderán su amor frente a una sociedad hipócrita que desconoce el verdadero poder del amor…
 Pero ¡oh sorpresa! Lo que Tolstoi nos relata no es una escena erótica, sino patética, dolorosa, en la que el adulterio se manifiesta con toda su carga de remordimientos, con toda su previsión de lo irreversible. Para definir lo que ha sucedido, Tolstoi emplea una expresión de origen bíblico: “La fatal caída”.

  ¡La fatal caída! Aquí está la famosa metáfora de fondo religioso- la caída original-, que explica la hondura humana de Tolstoi. Así se siente Ana: caída.
Ana está humillada, caída en la alfombra, horrorizada de sí misma, inundada de vergüenza y con la sensación de haber cruzado la puerta de lo irreversible. Comprende  que ya no hay vuelta atrás, y que se dirige no al triunfo, sino al fracaso de su vida. Rechazando a su amante, exclama “Todo ha concluido. Ya no me queda más que tú en el mundo. ¿Lo olvidarás?”.

Acababa de perder a su marido, a su hijo, a todos sus amigos, su honor, su dinero y su misma conciencia...Todo por el guapo conde Wronsky. Y ante ello siente terror mezclado con alegría.
¡Terror mezclado con alegría! ¿Es posible expresar mejor la angustia de los contrarios, la locura de la pasión? Es el abismo que se abre ante una mujer que se lo ha jugado  todo por una pasión.

El olvido de Wronsky matará a Ana Karenina.
Ella lo advirtió. Ya no me queda sino tú en el mundo. ¿Lo olvidarás?
¡Extrañas y proféticas palabras para comenzar una historia de amor!
Ana ha pagado un precio tan alto, que ha destrozado toda su vida, llevándose tras sí cualquier otro asidero y dejándola  a la intemperie del desamor. Este es el alto  precio de los derechos del corazón.

He vuelto a afirmarme en mi tesis: los clásicos son imperecederos porque han sabido fijar en sus obras realidades y misterios constantes del alma humana.
Nuestro tiempo, tan inconsecuente, tan descomprometido con nada que no sea el propio deseo, elude las consecuencias de los actos libres. No quiere verlos. Prefiere abandonarse a un fatum indominable que gobierna nuestras vidas.
Pero los clásicos no tienen ese pensamiento débil, y nos revelan  cuál sea la lógica interna de los actos humanos libres, y sus consecuencias .Nos dicen, esto es la pasión, esto es la libertad.
.Pocos actos hay tan liberadores para nuestros jóvenes alumnos como la lectura de un clásico, que le llevará más allá de lo que en cada época se considere políticamente correcto.













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