Lo más interesante de esta película , basada en una famosa novela, es el exotismo y la belleza de ese mundo reservado de las geishas.
Las geishas aportan belleza y armonía femeninas a un mundo de hombres. Ellas son verdaderas obras de arte vivientes: sus kimonos de seda, su peinado, su maquillaje, pero sobre todo la armonía de sus movimientos, sus danzas, su conversación amable, su atención a los pequeños detalles de la ceremonia del té, la música que saben sacar a sus instrumentos...
Todo en la geisha es subyugador. Pero en la vida humana todo tiene un precio, y el precio de tanta belleza y armonía es una vida injusta, bajo el dominio de otros, sin poder decidir por sí misma.
La película procura dulcificar tanto egoísmo y humillación con un final casi feliz. Pero resulta poco creíble.
Lo grave es estar en manos de otros. Sufre la persona en su más profunda intimidad, al ser tratadas como objetos de placer. Se agradece una puerta a la esperanza, aunque tantas veces lo que empieza mal acaba también mal. Aun así, hay esperanza cuando hay sensibilidad.
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