Desde su publicación en 1954 “El Señor de los Anillos” provoca entusiasmo o rechazo, sin términos medios. Para unos, es una obra de culto. Para otros, una novela insoportable e intrascendente. Pero hasta la fecha se han vendido casi 100 millones de ejemplares de esta obra, que fue elegida por los lectores británicos como “la mejor obra del siglo”, o incluso “la mejor obra de todos los tiempos”; Elección que dejó consternados a muchos críticos, que la consideraban una obra para chicos (varones, además. La tildaron de escapista, racista, machista e irrelevante: un libro más de fantasía, de lucha infantiloide entre el bien y el mal, en unos tiempos en que no está nada claro qué es el bien y qué es el mal.
Pero el público seguía leyendo el libro, se crearon en todo el mundo Sociedades Tolkien, y con la llegada de Internet proliferan los sitios, los juegos de rol, las interpretaciones, las ilustraciones, los libros sobre el libro, las ediciones de lujo, etc. Hay sin duda un fenómeno Tolkien que dura ya 50 años, y que se ha acrecentado con la aparición de la película de Peter Jackson.
El propio Tolkien parece que era consciente de la división de opiniones que provocaba su obra, y con su ironía y buen humor habituales escribió unos versillos que dicen así:
The Lord of de Rings
Is one of those thinks
If you like it, you do
If you don’t, you boo!
Tengo la impresión de que el público fiel a Tolkien no se equivoca: nos encontramos ante una obra que, bajo la apariencia de una novela más de aventura y fantasía, guarda
una extraordinaria creación simbólica acerca del ser humano; una reflexión de profundo calado antropológico, histórico y religioso. Pero se trata de un contenido implícito, que permite también otras lecturas e inferencias. En esto manifiesta ser una gran obra de arte, con valor polisémico.
LA VERSIÓN CINEMATOGRÁFICA
“El señor de los Anillos” esconde, bajo su apariencia de obra juvenil, el trabajo de toda una vida de un profesor de Oxford, de inteligencia, cultura y erudición no comunes. Se trata de una obra elegante, digna, y a menudo severa y trágica, que nada tiene que ver con una ciencia-ficción absurda y truculenta a la que nos ha acostumbrado algún cine. Se reúnen unos bien pagados guionistas, y preparan una película de acción y fantasía medieval-futurista. Se estudian los efectos especiales, se ajusta el guión a la “political correctness”, se introduce de matute una filosofía vagamente humanista e incomprensible, se añaden unas gotitas sentimentales, un poquito de atracción sexual, alguna sorpresa, algo de miedo... y un final feliz. Se agita todo, y sale un nuevo éxito de la gran pantalla.
Nada de esto es “El Señor de los Anillos”, que no es una obra infantil, ni es adulatoria para jóvenes y mujeres, ni tiene sexo ni éxitos mágicos; predomina en ella la paleta gris y la seriedad trágica, mezclada con la sencillez de la vida de los Hobbits y la maravillosa belleza eterna de los Elfos.
El éxito de Peter Jackson radica, a juicio de la mayoría, en su fidelidad al texto original, unido a una excelente localización, interpretación, música y efectos especiales, que sin embargo no dan a la película sensación de artificialidad. Han sido recreados los ambientes pacíficos y sencillos de La Comarca, los mágicos de Rivendale y Lòrien, los horribles e inhumanos de las torres de Mordor, los impresionantes subterráneos de las Minas de Moria, la terrible batalla del Abismo de Helm, y especialmente, la escena inicial, la batalla entre las fuerzas bestiales de Sauron contra la alianza de hombres y Elfos, donde conocemos el origen del Anillo y su terrible poder. Todo este mundo épico nos introduce por contraste en el pequeño universo de unos seres modestos, pequeños, sometidos a un esfuerzo ímprobo, no por afán de aventuras, sino por una imperiosa necesidad, por una amenaza inminente que obliga a sacar de sí las mejores fuerzas, mostrando cómo la fortaleza se basa en la vulnerabilidad.
UNA SUBCREACIÓN DEL MUNDO
Tolkien llamaba a su obra “subcreación”, es decir, imitación humana de la capacidad creadora de Dios. Y así, usando su fantasía y su inteligencia, Tolkien se remonta a una etapa inicial de nuestro mundo. Un mundo creado por Eru Ilúvatar, de cuyo persamiento surgió una raza de seres llamados Ainur o Valar, de cuyo canto nació un mundo esférico que giraba en el vacío: se llamaba Arda, y estaba formado por dos grandes continente: la Tierra Imperecedera y la Tierra Media. A partir de aquí vamos a recorrer una historia treinta y siete veces milenaria, dividida en edades, que desembocará en la Guerra del Anillo, que no es más que un pequeño episodio de tan magna concepción.. Para conocer el marco general de “El Señor de las Anillos”, tenemos que acudir a “El Sillmarillion”, la obra de la vida de Tolkien, publicada póstumamente por su hijo Christopher, y que constituye el magno marco en el que se inscribe la concreta historia.
EL SILLMARILLION COMO MARCO Y EL HOBBIT COMO RAÍZ
“El Señor de los Anillos tiene como raíz “El hobbit”. Se trata de un libro para niños que nació como un cuento para sus hijos en 1930. Contaba el autor que un día le vino a la cabeza una frase rara: “ En un agujero en el suelo vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o comer: era un agujero hobbit, y esos significa comodidad.”
Son los hobbits una de las razas que pueblan la Tierra Media la subcreación tolkeniana, junto con los Hombres, los Elfos, los Enanos, los Orcos y muchos seres más. Son más pequeños de estatura que los hombres; visten cómodamente, y les gusta comer, beber cerveza y fumar en pipa. Aman la vida tranquila y natural. En realidad los hobbits son los simples campesinos ingleses, rústicos, de buen humor. La Comarca es la Inglaterra rural, preindustrial, idílica e introvertida.
A Tolkien no le gustaba el mundo moderno, representado por la máquina. Este antiindustrialismo impregna “El Señor de los Anillos”. La Comarca es una tierra en la que predomina la artesanía individual, y donde el trabajo está íntimamente ligado con la naturaleza. Se podría aplicar sin duda a los hobbits las palabras del Elfo “En todo lo que hacemos ponemos el pensamiento de todo lo que amamos”.
QUIÉN ES TOLKIEN
Ya es hora de decir alguna palabra acerca de John Ronald Reuel Tolkien, el creador de esta inmensa fantasía. Procedía de una familia inglesa de origen alemán, dedicados a la fabricación de pianos, de tradición anglicana. Sus padres fueron a Sudáfrica por razones de trabajo, y allí nacieron él y su hermano menor. Huérfanos de padre, volvieron con su madre a Inglaterra, donde pasó John su infancia en la aldea de Sarehole, cerca de Birmingham. Su madre, Mabel Tolkien, se defendía con escasos recursos económicos, que se redujeron al mínimo a raíz de su profesión de fe, junto con sus hijos, en la Iglesia Católica y el consiguiente repudio por parte de su familia. Recibió John una buena instrucción religiosa en el Oratoria fundado por el Cardenal Newman, donde sacerdotes y seglares vivían una intensa piedad y doctrina.
Cuando John sólo tenía 11 años murió su joven madre llena de sufrimientos. En su testamento, ante el repudio familiar, Mabel designó como tutor de sus hijos a un sacerdote católico amigo de la familia, Francis Morgan, el cual se hijo cargo de los hermanos, añadiendo al pobre dinero de su madre su propio peculio familiar. Los niños se educaron en el King’s Edward School, dormían en casa de su poco cariñosa tía Beatrice, y al levantarse corrían al Oratorio a ayudar a la misa del Padre Morgan y desayunar con él. A la salida del Colegio volvían al Oratorio, que fue su verdadero hogar.
Allí aprendió Tolkien a ser un buen cristiano, a tener piedad doctrinal. “Soy, en efecto, cristiano, y apostólico romano por lo demás”. Hay quien ha querido ver en su religiosidad un atavismo hacia el recuerdo de su querida madre, a la que agradeció siempre su heroico comportamiento. Pero no es razonable pensar que permaneciera en su religiosidad sólo por eso, sino que asumió su catolicismo con entera libertad, confrontó su enfoque en la Universidad con muchas otras teorías, y siempre estuvo convencido de la verdad objetiva de sus convicciones religiosas.
FASCINACIÓN POR LAS LENGUAS
Tolkien consiguió ingresar en la Universidad de Oxford, donde estudió lenguas; creo que encontramos aquí otra de las claves de “El Señor de los Anillos”. Desde adolescente, Tolkien tuvo una extraña fascinación por las lenguas, incluso por la forma de las letras y los sonidos. Conocía bien el latín y el griego, así como otras lenguas modernas, pero en especial le atraía el inglés antiguo, el anglosajón, al que dedicó su atención docente y de investigación; y también las lenguas del norte europeo, en especial sus orígenes medievales y sus sagas inaugurales. Cuando descubrió una gramática del finlandés en la Biblioteca del Exeter College, dijo: “fue como el descubrimiento de una bodega entera llena del vino más asombroso, de una especie y un sabor nunca antes degustado, y mi propia lengua –o series de lenguas inventadas-, se volvió densamente finlandesa, tanto en su estructura como en su fonética”.
Pero lo más extraordinario es lo de la “serie de lenguas inventadas”. En efecto, Tolkien creó varias lenguas, que más tarde atribuyó a los pueblos de sus creaciones literarias. Muy joven creó el élfico, con raíces, reglas fonéticas y flexiones. Después descubrió que todas las lenguas presuponen un pueblo que las habla, con su historia y su mitología, y creó la mitología y la historia para el élfico, así como otras lenguas, con un inmenso esfuerzo por la coherencia. Así, las lenguas le exigen la creación de lugares, nombres, mitos, héroes, relaciones entre pueblos... Con enorme afán Tolkien elaboraba mapas, cuadros cronológicos, genealogías, correspondencias... Corregía una y otra vez, y aceptaba la ayuda, ya en su ancianidad, de su hijo Christopher y de otras personas.
En la película de Peter Jackson se ha procurado respetar con gran delicadeza esas lenguas inventadas, que en el caso del élfico suenan de forma maravillosamente dulce.
En resumen, sus historias pudieron nacer del deseo de inventar un mundo donde se hablaran sus lenguas. Como él mismo dijo “Son y fueron un intento de procurar un marco o un mundo en que mis expresiones ligüísticas pudieran tener una función”. Su amigo Lewis decía que la grandeza de Tolkien radicaba en que creó en sus obras su propia teología, sus mitos, su geografía, la historia, paleografía, lenguas y tipos de criaturas.
PROFESOR Y PADRE DE FAMILIA
Buen estudiante en Oxford, se casó con su amor de juventud, Edith Bratt, con la que tuvo cuatro hijos. Inmediatamente después de la boda tuvo que irse a luchar a Europa en la 1ª guerra mundial. Quedó fuertemente grabado en su espíritu el horror de la guerra, el desolado páramo de la costa francesa después de la batalla del Somme, con la tierra sembrada de cuerpos destrozados, hecha un mar de fango, y la presencia fantasmal de troncosde árboles mutilados y ennegrecidos. De estos recuerdos brotarán más tarde los horribles páramos por los que Frodo y Sam se dirigen al Monte del Destino.
También Sam Gamyi, el hobbit fiel compañero de Frodo, tiene su origen en sus recuerdos de la guerra. Decía Tolkien que la experiencia de la guerra europea le había hecho conocer a unos soldados abnegados y sencillos: “Mi Sam Gamyi es en realidad un reflejo del soldado inglés, de los asistentes y soldados rasos que conocí en la guerra de 1914, y que me parecieron muy superiores a mí mismo”.
Al fin de la guerra comienza su vida familiar y profesional estable. Profesor primero en Leeds y después en Oxford, en el Magdalen College, van naciendo sus hijos y sus libros, así como sus trabajos de investigación. Su carácter alegre y abierto le ayuda a hacerse amigos. Dedica gran atención a sus hijos, para los que escribe historias y a los que dedica mucho tiempo y afecto. Tiene, además de su vida familiar una intensa vida académica y tertulias masculinas en la Universidad o en algún pub junto a una jarra de cerveza. Allí se desarrolla su gran amistad con C.S. Lewis, al que ayuda en su acercamiento a su fe de juventud, y que se convertirá en un gran apologista del cristianismo.
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS
Mientras fragmentariamente iba escribiendo el Sillmarillion, sin ver la forma de publicarlo, tuvo bastante éxito con “El hobbit”, impreso por primera vez en 1937. El editor le anima a escribir “otro hobbit”, y el profesor pone manos a la obra. De hecho escribe el comienzo de “El Señor de los anillos “ narrando la fiesta de cumpleaños de Bilbo Baggins, que, deseoso de marcharse nombra heredero a su sobrino Frodo, al que deja el Anillo en un sobre cerrado encima de la chimenea. Será más tarde el mago Gandalf el que saque a Frodo de su tranquila vida, y le explique el terrible secreto del Anillo del Poder. La frase escrita con caracteres élficos dentro del Anillo, invisible a simple vista, remite a una historia épica, pues es la única pieza que le falta a Sauron el Grande para hacerse Dueño y Señor de la Tierra.
Tres anillos para los reyes elfos bajo el cielo
Siete para los señores enanos en sus palacios de piedra;
Nueve para los hombres mortales condenados a morir;
Uno para el Señor Oscuro sobre el trono oscuro
En la tierra de Mordor donde se extiendes las sombras.
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos.
Un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
En la tierra de Mordor donde se extienden las sombras.
A partir de este momento, “El Señor de los Anillos “ deja de ser una obra para niños. Lo que está en la mente de Tolkien es un viaje iniciático, un viaje difícil y peligroso que servirá a Frodo para crecer como persona aceptando su misión. A Frodo se le pide una renuncia: él debe ser el portador del Anillo para llevarlo a la Montaña de Fuego y arrojarlo al Abismo del Destino. Tendrá enemigos y aliados. En Rivendel se formará la Comunidad del Anillo, formada por cuantas razas pueblan la Tierra Media, que intentará lograr su objetivo en medio de aventuras y penalidades, así como de momentos de extraordinaria felicidad.
El Anillo, llegado a manos de Frodo por extraños y casuales caminos, es la concreción el mal, de la ambición de poder, de la tiranía. Si es verdad que da poder y hace invulnerable a su portador, también es cierto que lo somete al dominio del mal, y convierte a su dueño en su esclavo. Nos está hablando de la perenne tentación humana de obrar el mal para ganar poder. Pero del dominio del mal sólo se puede librar el que tiene un corazón puro y no ambiciona la riqueza o el poder, sino que entiende su vida como misión, como servicio.
Una y otra vez los actores del drama- no sólo Frodo, sino Bilbo, Gollum, Boromir, incluso la dama Galadriel-, tienen la tentación de usar el Anillo para derrotar al Señor Oscuro. Pero Frodo intuye que esta victoria aparente oculta una posterior esclavitud. La fortaleza constante de Frodo- que los demás admiran- es la de negarse sistemáticamente a usar el mal en su favor. Por eso, en su pequeñez, es el jefe. Frodo comprende que la peor derrota no es perder la batalla ante el mal, sino incorporarse al mal, como Saruman.
Tolkien nos habla de un heroísmo de gente sencilla, que acepta su misión porque nadie puede inhibirse de la batalla contra el mal. Tiene las cualidades necesarias: corazón, generosidad, constancia y amor a sus semejantes. Por eso, una de las escenas más emocionantes de la obra sucede cuando Frodo, con gran sencillez, asume su misión diciendo: “Yo llevaré el Anillo. Aunque no sé cómo”.
UN MUNDO MORAL
El lector de “El Señor de los Anillos” se da cuenta de que el mundo en el que Tolkien lo introduce es un mundo profundamente moral, que habla de la lucha entre el Bien y el Mal; mejor dicho, de un momento puntual de esa lucha, que es la sustancia de la historia del mundo.
Tolkien ve una repetición cíclica: el Bien se impone al Mal por su propia naturaleza, pero después cae en una especie de atonía que el Mal aprovecha para crecer y amenazar con destruir y dominar todo. Entonces el Bien cobra nuevas energías y vuelve a encadenar al Mal, cuya función parece ser la de provocar que el Bien despliegue toda su potencialidad.
Pero la victoria del Bien sólo se logra con las armas del Bien: sinceridad, sacrificio, fortaleza, abnegación.
Tolkien no comparte la idea moderna de la historia como progreso indefinido. Piensa que hay continuos adelantos y retrocesos, porque la historia la hacemos los hombres con nuestra libertad. Decía Tolkien “Yo no espero que la historia sea otra cosa que una larga derrota, aunque contenga algunas muestras o atisbos de la victoria final”.En la medida en que los tiempos y las naciones se cierran a Dios y al Bien, se producen terribles retrocesos. Sólo quedan a veces, en las épocas oscuras, las luces de unos pocos hombres y mujeres que ayudan a los demás. Eso es la Comunidad del Anillo.
El mensaje más hondo de “El Señor de los Anillos” puede ser una exhortación a no dejarse doblegar por una aparente invulnerabilidad del Mal, aunque sin ingenuidades infantiles, porque el triunfo sólo se consigue con el sacrificio y la renuncia.
PECADO Y REDENCIÓN
La acción de “El Señor de los Anillos” transcurre en un mundo mítico, precristiano, en el que las concepciones religiosas están implícitas, no explícitas. Es más, en el Señor de los Anillos no hay referencia alguna a la religión. No se reza, ni se ofrece sacrificios. Sin embargo, los personajes manifiestan un profundo sentido trascendente de la vida. Oigamos a Tolkien: “ La encarnación de Dios es algo infinitamente más grande que nada que yo me atreviera a escribir. Esa es la causa por la que no incluí o he eliminado toda referencia a nada que se parezca a la religión, sean cultos o prácticas, en el mundo imaginario. Porque el elemento religioso queda absorbido en la historia y en el simbolismo”.
Toda la obra se centra en la idea de la entrega sacrificada para salvar a todos. Se trata de un mito frecuentísimo en la conciencia humana, y además es una realidad mil veces repetida. Pero Tolkien tiene una teoría muy interesante a propósito del mito, y en especial sobre el mito cristiano.Él pensaba que los mitos paganos eran expresión de Dios a través de los poetas, y revelaban profundas verdades. Pero añadía que el cristianismo es el mito creado por un Poeta singular, Dios, que en lugar de escribir el mito lo realiza. Cristo es pues un mito hecho realidad, con eficacia divina de salvación.
La historia de la Tierra Media sucede mucho antes de la venida de Cristo. La caída del hombre sucede en un pasado remoto; su redención está en un futuro distante. Nos encontramos en unos momentos en que los hombres saben que hay un único Dios, pero que no es asequible salvo por la mediación de los Valar. Aún no ha llegado la Edad de los hombres.
Tolkien parece tener siempre presente la noción cristiana de redención; por eso el sacrificio libremente asumido, con grandeza de alma, está omnipresente, sobre todo en Frodo y Sam, pero también en Aragorn, Gandalf, Boromir o la dama Arwen. No hay salvación sin sacrificio. Alguien tiene que dar la vida para que los demás vivan seguros.
Son personas que sienten miedo, lo aceptan, y a pesar de ello, hacen lo que deben hacer. Incluso están dispuestos a seguir adelante cuando ya no hay esperanza. En la capacidad del héroe para sacrificarse por preservar lo que ama, triunfa la voluntad de servir sobre el instinto de sobrevivir. Y la decisión misma de salvar su mundo lo priva de él, porque la felicidad, la plenitud, no es totalmente alcanzable en la Tierra Media. Por eso la mortalidad es un don, porque desata a los hombres de la tierra y les permite aspirar a un más allá, a una Tierra Bendecida.
LO GRANDE Y LO PEQUEÑO
En mi opinión, Tolkien es uno de los grandes artistas de nuestro tiempo, con una creación profundamente enraizada en la naturaleza y en las leyes internas de la Creación.
Se da en Tolkien una cualidad nada habitual, que es la de saber conjugar la grandiosidad del concepto con la minuciosidad del detalle. Una obra de gran aliento, superior casi a las fuerzas de un solo hombre, a la que dedica años y años de esfuerzo para que exponga su visión del mundo. Y al mismo tiempo, una esmerada dedicación al más pequeño detalle, creando para cada pueblo un paisaje, una historia, una lengua, unas costumbres, objetos, casas, alimentos, etc. Todo dentro de una gran coherencia entre lo grande y lo pequeño.
Tolkien nos conduce a valorar la grandeza de la creación humana cuando se sitúa y se ordena bajo la creación divina, manifestando que nunca es el hombre más grande que cuando sabe aceptar su condición y su puesto- pequeño y grande a la vez- en el mundo.
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