viernes, 29 de abril de 2011

LAS MÁSCARAS DE OSCAR WILDE

El cine no deja de  revisitarle : “A good woman”, “La importancia de llamarse Ernesto”, “El abanico de Lady Windermere”... Obras de una ligereza encantadora, como la espuma del champán.

Los homosexuales lo llaman Tío Oscar, y su figura permanece  en la memoria como la del dandy victoriano que cena fuera 100 noches al año, come en su Club, y tiene siempre una frase ingeniosa que le convierte en el centro de cualquier reunión.

Pero la biografía de Pearce nos acerca a un Wilde mucho más profundo. Un Wilde obsesionado con la idea de hacerse católico; un Wilde hipócrita victoriano que deja en su casa a su fiel Constance y a sus hijos para correr de hotel en hotel con muchachitos dulces ; o que emprende viaje a Argelia con Lord Alfred Douglas en busca de efebos. Que afirma  que “no hay obras morales o inmorales, sino literatura buena o mala”.Que se odia a sí mismo por sus debilidades y se ama a sí mismo por sus excentricidades.

La madre de Wilde le había introducido de niño en un mundo de esteticismo y cierto decadentismo que él lleva al extremo, no sin luchas personales con su fondo ético.

Éxitos, murmuraciones, dinero, viajes, placeres de todo tipo, amigos. Y la sensación enervante de ser el hombre de moda en Londres, en Nueva York y en París.

Así hasta la gran caída que supone su demanda a Lord Queensberry,  padre de su joven amante por calumnias. No vio el peligro hasta que estuvo en él. La demanda se volvió en su contra, y una multitud de testigos le habían visto en decenas de situaciones comprometidas.

Llega así su ingreso en prisión, sus trabajos forzados (¡Oscar Wilde en la rueda de andar, seis horas seguidas!), la crueldad innecesaria con que fue tratado, y su famosa Balada  de la cárcel de Reading, así como su carta al joven Douglas, cuyas hojas numeradas le eran retiradas cada noche por su guardián.

Allí Wilde se reencontró con su alma, e hizo propósitos de nueva vida. Pero una vez libre, no logró ver a su esposa ni a sus hijos, y volvió a pasar unos meses con el autor de sus desdichas, Alfred Douglas, que no pudo soportar su decadencia. Ya no podía escribir. El hombre de mundo era abandonado por el mundo.
 Murió en París, en una buhardilla, sin un franco, acompañado sólo de algunos amigos. El día antes de su muerte un sacerdote le aceptó en la Iglesia Católica y le dio los últimos Sacramentos.
Pearce destaca algo esencial en Wilde: su vida puede calificarse de inmoral, sus palabras de paradójicas y escandalosas, pero sus obras…sus obras, desde los Poemas a los Cuentos, desde el Retrato de Dorian Grey hasta cualquiera de sus obras teatrales tienen un profundo fondo moral y cristiano en  los que la verdad triunfa sobre la mentira y el bien sobre el mal.
Curiosa paradoja del genio de las paradojas.
Joseph Pearce.Las máscaras del genio.Ed Ciudadela

1 comentario:

  1. Magnifico blog de literatura, sólo para los verdaderos enamorados de las letras

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