martes, 11 de octubre de 2011

UNA REFLEXIÓN OBRE LA BELLEZA A PARTIR DE MUERTE EN VENECIA DE MANN


Muerte en Venecia” tiene, como toda gran obra literaria, muchos niveles de lectura, más o menos profundos, pero posiblemente todos verdaderos. Hay un primer nivel puramente argumental, en el que podemos recordar que se nos cuenta una historia: la de un artista  alemán, culto y sofisticado, casi anciano, que pasa los últimos días de su vida en la soledad de un hotel en una Venecia otoñal y pestilente, donde tendrá una última ilusión antes de morir.
Una lectura más psicológica nos presenta la situación moral de un hombre europeo acostumbrado a la vida intelectual y al control de sus instintos, que se ve de pronto inmerso en una tormenta de pasiones y pulsiones instintivas, que le llevan a actuar pensar y sufrir como jamás creyó hacerlo. Se pone así en cuestión toda su vida, llena de educados formalismos y racionales criterios.
Un paso más podría conducirnos a otra lectura referida a la universal atracción del adolescente masculino sobre el hombre maduro, un tabú para la cultura moderna, en la que se percibe el atractivo de la belleza intacta, de la juventud inocente sobre la gastada vida del que lo ha visto y gustado todo.
Quisiera, finalmente, detenerme en una lectura distinta. Se refiere a la actitud que los seres humanos tenemos ante la belleza en general y la belleza humana en particular. Es curioso que el protagonista, cansado de su vida y su mundo, huya hacia la belleza decrépita y crepuscular de la vieja dama, Venecia. Allí, por contraste, se siente fascinado por la belleza de un adolescente que se aloja en su hotel. Sin cambiar con él una palabra, se convierte en  una obsesión que, al ser la última, remueve todo su ser y su existencia anterior.
Las realidades bellas provocan en nosotros diversas reacciones. La primera es de placer, de plenitud, de promesa. La belleza-de una persona, un paisaje, un objeto-, es un resplandor del ser, una luz que ilumina el sentido del mundo. Al mismo tiempo, la fugacidad de la belleza es una lección profunda, que a muchas personas les enseña a buscar las bellezas eternas; también aprendemos  que  con la belleza coexisten cosas feas, incluso horribles, y que hay que aceptar la variedad del mundo. Algunos quieren vivir siempre y sólo entre belleza. Son los estetas, que ponen en el placer que proporciona la belleza el sentido de sus vidas.
Ante un objeto bello caben varias actitudes. Una, triste, es la del que no la percibe, por falta de sensibilidad o de costumbre. Apreciar la belleza requiere una educación. La postura más deseable es la del que contempla y disfruta de la belleza, y respetando su ser entra en diálogo con ella, creando  con el objeto de su admiración un campo de juego a la distancia respetuosa que exige la realidad que admira. Esta relación  proporciona enriquecimiento del contemplador, y del contemplado, de acuerdo con su naturaleza. (No se enriquece igual un objeto que una persona).
La relación equivocada- a mi entender- con el objeto bello procede de la fascinación que provoca, seguida de un ciego deseo de posesión. Esta fascinación induce a la fusión, el empasta miento, el no respeto a la distancia contemplativa. Se quiere poseer, devorar, hacer propio el objeto, sin respetar su ser propio. Sólo se quiere el gozo que representa, aunque esto suponga la destrucción parcial o total del objeto y en paralelo, la autodestrucción del que impide que el proceso contemplativo se desarrolle.
El fin de la belleza no es ella misma, sino aquello a lo que hace referencia; la plenitud del ser. El objeto bello nos dice: te recuerdo que yo no soy la Belleza. Pero también te recuerdo que la Belleza existe.

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