viernes, 22 de abril de 2011

UNA REPRESENTACIÓN DE “EL GRAN TEATRO DEL MUNDO”

  El día del Corpus ha amanecido esplendoroso en Madrid; la primavera estalla en las ramas de los árboles, en las lilas olorosas, en las mejillas de los jóvenes. La gente se ha despertado con un repicar alegre de campanas: graves las de San Ginés, ligeras las de las Carboneras, agudas las de San Andrés, sonoras las de Santa María.
Madrid se viste de fiesta para la procesión del Corpus; las mozas estrenan vestido, zapatos o manto; los balcones muestran reposteros y colchas bordadas; el aire se embalsama con el olor del tomillo y el espliego que alfombra las callejas estrechas y enrevesadas que convergen en la Plaza Mayor.
Corre el año 1635. Como el año pasado, como el anterior, posiblemente como el que vendrá y muchos más, esta tarde se estrenará un Auto de don Pedro Calderón de la Barca. Si el del año pasado fue bueno, éste será mejor. Corren cotilleos por Madrid de algunos que dicen haber visto los ensayos en el Obrador. Hay pasquines pegados en las paredes que anuncian el título: “El gran teatro del mundo”.Nadie se lo quiere perder.

Son las 5 de la tarde. La plazuela de la Villa no es suficiente para contener la muchedumbre que quiere presenciar el Auto. La multitud, de pie, ríe, come naranjas y buñuelos y bebe aloja; la gente se palmea la espalda, grita, coquetea, riñe, fanfarronea, se divierte. El día está siendo emocionante y ameno. Tras el paseo, la Misa, la procesión, la comida, y ahora ¡el teatro!
Hace poco que el Rey ha ordenado que se haga una sola representación para todos los Consejos en la Plaza de la Villa. Ya las carretas no tienen que ir, tiradas por bueyes, de Consejo en Consejo. Ahora, los laterales de la Plaza han sido ocupados por estrados en los que se colocan los dignatarios de la Corte y del Ayuntamiento(1)
Los cortesanos y los nobles, vestidos con elegancia, van ocupando sus asientos. Sus ademanes son graves, sus miradas a la plebe, despreciativas. Se inclinan levemente para saludarse unos a otros, sacan el pañuelo, charlan en voz baja. Pero en sus ojos se adivina una esperanza: también a ellos les gusta el teatro, aunque prefieren las representaciones en el Palacio del Buen Retiro.
Tras el escenario se desarrolla una actividad febril. A lo largo de la fachada del Ayuntamiento se levanta un tablado de 15 metros por 5 y medio, con barandilla por delante y un armazón cubierto de telas por detrás. A ambos lados, dos enormes carros de dos pisos, que se unen al tablado por medio de pasarelas. En ambos carros están asentados dos enormes globos de escayola que presagian notables sorpresas.
En su “Memoria de apariencias” Pedro Calderón describe estos globos: “El primer carro ha de ser un globo, lo más capaz que pueda dar de sí la fachada del carro. Su primer cuerpo ha de estar pintado de boscajes, y entre ellos varios animales, y el globo liniado como mapa de esfera terrestre, y entre sus líneas cuajado de rosas y flores, lo más hermoso que se pueda. Ha de haber delante dos árboles de recortado, en que descanse a su tiempo el medio globo, que se ha de abrir en dos mitades.
El segundo carro ha de ser otro globo, igual en sus tamaños al primero, con diferencia de que su pintura ha de ser en su primer cuerpo de nubarrones y estrellas, y en su globo liniado como esfera celeste, con signos e imágenes del zodiaco, y todo con resplandores. También se ha de abrir a su tiempo, descansando la mitad que cae en dos columnas de recortado, pintadas como pirámides de fuego”(2).

Comienza la música, intentando hacer callar a la muchedumbre. La expectación crece, y todos dirigen sus ojos al escenario. Se alzan voces pidiendo silencio, pero los niños aún berrean y los vendedores vocean su mercancía.
Salen entonces unos danzantes y actores: van a recitar la loa. Inútilmente se desgañitan explicando en sonoros versos que ellos son España, la Apostasía, el Testamento Nuevo, el Viejo, etc, etc. Nadie entiende nada en aquél batiburrillo. Finalmente se van del escenario y la música de chirimías, tambores y vihuelas sube de tono. Pasan unos minutos y por fin sale al tablado central, por la puerta del carro celeste, un actor: se llama Antonio García de Prado. Los siseos crecen. La cosa promete, ya que va vestido nada menos que de Dios Padre, con traje y manto rico cuajado de estrellas, cetro en la mano y sombrero con potencias, es decir, nueve rayos de luz que de tres en tres forman una especie de corona que simboliza el poder universal y la santidad.
Ha cesado la música. Se ha hecho un silencio sordo, roto sólo por el llanto de algún niño. El actor adopta una actitud solemne, majestuosa: eleva los brazos hacia el globo terrestre, y recita con fraseo rítmico y sonoro:
“¡Hermosa compostura
desa varia, inferior arquitectura,
que entre sombras y lejos
a esta celeste usurpas los reflejos,
cuando con flores bellas
el número compite a sus estrellas!”

La gente no entiende mucho, pero empieza a interesarse. Es Dios hablando al Mundo. La cosa promete, y se presenta “ab origine”.
Por la puerta inferior del otro carro, sale un actor vestido de verde y marrón, con sencillez: es el Mundo en persona, que responde:

“¿Quién me llama,
que desde el duro centro
de aqueste globo que me esconde dentro
alas viste veloces?
¿Quién me saca de mí?¿Quién me da voces?”.

El largo parlamento del Mundo sirve para que los retrasados se sienten, los perdidos se encuentren, los que no ven se acerquen a mejor sitio, y los mayores expliquen a los niños lo que pasa en escena. El Mundo ha vuelto a su globo, y ahora el Autor llama a los Mortales, que salen del carro celeste y reciben su papel. De inmediato se dirigen al carro terrestre y les sale al encuentro el Mundo, que da a cada uno sus vestidos e insignias. Entran todos en el Mundo, y el Autor se retira al carro celeste. Y llega el momento del asombro, el clímax de la escenografía inventada por don Pedro. A las palabras del Mundo,
“¡Ábrase el centro
De la tierra, pues que dentro
Della la escena ha de ser!”

Se abren los dos globos por su ecuador, en impresionante efecto escénico, acompañados por la música que sirve a la vez para intensificar la emoción y para cubrir el crujir de la maquinaria y las poleas. La mitad de los globos queda reposando sobre el escenario, apoyándose en postes, y la otra mitad fija en los carros.
El Mundo, en el centro de la escena, se ha vuelto al público, los dos brazos extendidos a uno y otro globo, presentando así su espectáculo,  el gran teatro del mundo”.
En el globo celeste aparece el Autor en su Trono, con toda la pompa y majestad requeridas. En el otro, aparecen dos puertas con acceso al carro. Una tiene pintada una cuna; otra, una sepultura. Sobre ellas una cortina sobre la que aparecerá la Ley de Gracia, recordando con su bella voz una canción antigua:

“Ama al otro como a ti
y obra bien, que Dios es Dios.”

Ella es el nuevo Prólogo, la nueva Loa de la representación que ahora empieza. Es el teatro dentro del teatro. El Mundo se erige en representante de ese pueblo que desde abajo mira y escucha, los ojos fijos en el escenario, prendido ya por la magia del teatro.

“Vulgo de esta fiesta soy
me callaré ,porque empieza
ya la representación”.

Aún el más ignorante capta los símbolos, la alegoría. Desde un balcón discreto, Don Pedro Calderón sigue la representación, fijándose en la reacción del público, detectando los fallos en el recitado, en la entrada de personajes, en el funcionamiento de las máquinas. Ya tiene en su mente el pergeño de su próximo Auto de Corpus.
Se va acercando el crepúsculo por la bella sierra madrileña, por la Casa de Campo y los bosques del Pardo. Y don Pedro, melancólico a pesar de su éxito, piensa en el declinar de tantos sueños, compensado por la férrea voluntad de ganar el futuro. Pero esta no es tarde de melancolía, y a Calderón se le ocurre que podrían ponerse cuatro carros en vez de dos para mejorar los efectos y la escenografía.

(1)cfr.Shergold  “El gran teatro del mundo y sus problemas escenográficos”en “Hacia Calderón” Berlín 1970 pp 77-85
(2)cfr.Calderón de la Barca “Memoria de las apariencias de La vida es sueño, auto sacramental”.BAE

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